Siento no poder contactarlo. Sorry we missed you, de Ken Loach.

En una reciente publicación de nuestra página de negocio de Google , anuncié que reseñaría la más reciente película del director británico Ken Loach, «Sorry we missed you»; porque el tema concierne a Homeatope fontanero electricista. El filme aún lo exhiben en Cines Compostela, y lo recomiendo por su calidad.

Los actores con una verdad que traspasa la pantalla, y la inquietante situación, hacen que como espectador se viva en carne propia el drama de un «falso autónomo» cuya vida declina desde que decide mejorar su situación económica y se pone a trabajar bajo el despiadado «sistema Amazon», repartiendo paquetería. La película trata sobre la «uberización» del empleo. 

El final es tan inesperado y descorazonador, que nos deja unas cuantas preguntas sobre el tintero, además de un llamado a la acción.

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Clara oscurecida.

 

Pasados cuarenta minutos de las tres de la madrugada, -hora local; el edificio frente al jardín, semejaba un tablero de ajedrez apagado. Sobre él, un alfil blanco hacía pequeños trazos como si una mano experta dudara en la jugada.

El insomnio de Clara era una secuencia de pesadillas interrumpidas, según le contó a su analista una semana después. El vecino de abajo fue quien detectó la fuga de agua al descalzarse y sentir sus calcetines blancos encharcados al borde de la cama.

Era un tipo con buen humor, pero Clara apuntó en su caótico discurso que nunca hubiera prestado atención a alguien que se enfundase los pies,- ni siquiera de noche; en unas medias así.

Casi dormida le dejó pasar y ante el caos, lo vio revisar casi todo el departamento. Él mismo le sugirió el teléfono de un fontanero urgente, el único que estaría de guardia en la ciudad, y que con seguridad vendría.

Clara le pretextó por teléfono no tener dinero en efectivo, y desolló los  consejos del profesional de  que cerrara la llave de paso general. Se tiró sobre  el sillón sedada por los ansiolíticos, y supuso que tras aquel café negro podría despertarla cualquiera, aunque un rato después el vecino  tendría que  romperle los tímpanos con el insistente timbre.

Él mismo contrató al fontanero de guardia, y le aseguró que Clara (quien dormía), estaba dispuesta a pagarle lo que pidiera. Lo importante es que viniera ya.

¿La conocía acaso? Se preguntó la analista en su tableta.

Al llegar y ver el desorden reinante; el fontanero comenzó con preguntas más propias de un inspector de policía.

Clara había cerrado la llave del gas que daba al termo de agua caliente por suponerlo pinchado, pero había dejado abierto el gas de la cocina. Un peligro se adueñaba del departamento, y de no haber sido por el vecino de los calcetines blancos, hubiera muerto  asfixiada, como contaban a menudo las crónicas de sucesos de El Correo Gallego.

Después de hacer una revisión minuciosa; el fontanero detectó que el agua brotaba del fregadero  de la cocina. Un latiguillo  roto, su mala calidad le proporcionó poca vida. Tampoco había  colocado un regulador de presión, y las revisiones periódicas brillaban por su ausencia en aquel edificio antiguo.

Sin embargo, al mirar los grandes ojos de Clara cayendo sobre una baldosa casi levantada, sintió una reacción hostil, como un rechazo. Apenas le explicó de lo que se trataba por no meterse dentro de la intimidad de su clienta, vislumbrando acaso que el vecino de abajo podría ser la solución a todos los problemas.

Cobró y la vio alejarse envuelta en una bata de algodón blanca. Se fue retirando como una sombra leve.

Al bajar las escaleras, el fontanero vio  la luz encendida  como si persistiera aquella primera imagen tras dos horas de trabajo. El vecino tecleaba un cuento sobre su ordenador, y miraba hacia el jardín  iluminado por  luz led.